viernes, 7 de septiembre de 2012

V - Historias de la Calle

   «Ratas. Escoria. Vagabundos. Las calles están llenas de estos. Las fuerzas del orden no dan a basto para limpiar las calles de esta escoria. Lo que antes eran apartamentos de familias, trabajadores, honrados, están llenos ahora de putas, yonkis y chorizos de tres al cuarto que serían capaces de rajarte por un par de zapatos usados.» La berlina de lujo de Ernest Gibbons atravesaba las atestadas calles de la Ciudad Antigua. «El último barrio que quedaba de la anterior Night City, un estercolero donde incluso se llegaron a almacenar residuos radioactivos y donde ni tan siquiera las ratas se dignaban a vivir. Eso fue antes de que llegara Richard Night y creara Su Sueño. Quería demostrar algo y seguro que lo demostró: que tenía la polla mas grande de todos los grandes ejecutivos de los Estados Libres de Norteamérica. Vino con sus camiones cargados de cemento, casas prefabricadas, bulldozers... y echó abajo toda una pequeña ciudad, lo aplanó todo y plantó sus pequeñas casas unifamiliares a la orilla del Pacífico. Un remanso de paz, el Edén en la Tierra hecho realidad. Por supuesto todo muy bien cercado y con seguridad privada. Después vino todo lo demás: los apartamentos, la industria, los colegios, universidades, las corporaciones, el equipo de fútbol local... Desde luego que ese bastardo sabía como atraer el dinero. En poco más de diez años la ciudad estaba irreconocible, con grandes avenidas y jardines para los más ricos; pequeños parques infantiles y apartamentos familiares para los menos. Pero no pudo echarlo todo abajo, ni siquiera pudo impedir que los menos favorecidos, la escoria, construyera sus propias casas en los márgenes de la ciudad creando una ciudad alrededor de otra. Allá donde la seguridad corporativa o la policía no llegaban, se formaba un nuevo poblado que succionaba la sangre de las arterias de la ciudad, Su ciudad. Como muchos hombres buenos, son reclamados antes de tiempo, y Richard Night no iba a ser una excepción. Murió en su apartamento, la puta con la que estaba también murió. Alguien no muy inteligente decidió que robar en ese ático sería buena idea y se lió a tiros cuando vio que lo habían pillado, matando o hiriendo a mucha gente por el camino, entre ellos a Richard... una pena.»

   El conductor giró por una calle empinada y estrecha, sorteando coches abandonados, gente calentándose en  hogueras o niños jugando con una pelota mugrienta usando la fachada de algún edificio como portería. Estaba anocheciendo y en esa zona apenas había alumbrado en las calles. Ernest observó por largo rato a través de los cristales tintados de su berlina como la gente observaba su coche al pasar; algún perro perseguía el coche unos cuantos metros antes de darse por vencido. Llegaba tarde pero no le importaba, la gente importante siempre está ocupada y tener dinero no significa necesariamente tener educación; de todos modos, tampoco pensaba que a ella le importara que llegase tarde. El coche se detuvo delante de un garito del que salía un ruido tecno-gótico de algún grupo de los que estaban de moda. La puerta de la berlina se abrió a la vez que una chica salía del garito y entraba en el coche, cerrando la puerta tras de sí. Con un zumbido eléctrico, el vehículo se volvió a poner en marcha, dejando atrás la Ciudad Antigua.
   La chica, una muchacha nervuda y baja de piel pálida y cabeza rapada, vestía con un sobrio mono de combate oscuro que cubría con una chaqueta vaquera corta y botas de soldado. De aspecto falsamente duro; sabía que no tendría más de veinte años, pero una vida en la Ciudad Antigua vuelve de piedra a cualquiera: o matas por comida o mueres para que te coman. Desde la base del cuello sobresalía una serie de zócalos para chips que se perdían por debajo del mono. Uno de sus brazos era cibernético y no había tenido la necesidad de cubrirlo, así que la extremidad cromada resaltaba contra la ropa oscura de la chica. La pistolera sobaquera abultaba bajo su brazo izquierdo con lo que obviamente era un arma de gran calibre. La muchacha observaba fijamente por la ventanilla sin mirar a su acompañante, viendo pasar la ciudad frente a ella, conforme regresaban a la parte civilizada de la ciudad. Ernest sin embargo, la observaba, meditaba imaginando en qué estaría pensando, en la cantidad de trabajos que había realizado para él sin rechistar o realizar preguntas incomodas, en cómo una persona tan joven podría tener tal carencia de sentimientos. Cómo le afectaría ser más máquina que persona.
   'Tengo otro trabajo para ti', dijo finalmente. 'Dos personas: un hombre y una muchacha. El tipo parece ser de los duros. Va a ser lo más difícil. Necesito que me traigas a la chica viva y a ser posible de una pieza.' Le pasó un chip en una caja.
   'Claro, si no se resiste no debería haber más muertos de la cuenta.' Giró la cara hacia Ernest y recogió la caja, la abrió e insertó el chip en uno de los zócalos vacíos de su cuello; cerró los ojos. 'Vaya, un tipo grande. Ágil para su edad y sus músculos. Kerenzikov o Aratech, también es probable que lleve nudillos de acero implantados en las manos, las mandíbulas no suelen estallar de esa manera. La chica parece poca cosa... Vaya, veo que el tipo sabe como encajar los disparos. Será el triple de la tarifa habitual, por la manera de mirarme pensaría que o bien quieres desnudarme o la chica es muy valiosa para ti.' Sonrió.
   'Ejército de los Estados Unidos desde 1998 hasta 2008. Colombia, Cuba y México. Licenciado con deshonor por aplastarle la cabeza a tres mandos tras una incursión en la que su escuadrón fue reducido a pedazos, literalmente, por los bombardeos. No fue fusilado porque achacaron su actitud a los implantes. Mucha de esa mierda puede volverte loco,' la observó durante un momento como queriendo dar a entender algo, 'Debería haber sido internado en una institución psiquiátrica, pero tras la ruptura de los Estados Unidos  eso nunca pasó y salió indemne. Por lo que parece, vende su brazo a quien pueda pagarle por sus servicios. Ella, sin embargo... es mi hija y él la tiene ahora mismo, a saber que puede estar haciéndole en estos momentos.'
   'Voy a necesitar amigos para esto...'
   'Si me la traes de una pieza te daré cinco veces lo habitual a ti y tus amigos, no quiero testigos. Nadie que haya tenido contacto con ella debe saber que existe. Tendrás el adelanto habitual que ya está ingresado en tu cuenta, el veinticinco por ciento, nada más. Detén el coche.' La berlina se detuvo delante de un aparcamiento y la muchacha salió del vehículo.
   'Veo que me conoce bastante bien. Y en cuanto a lo de desnudarme...', y le guiñó un ojo. Un viento seco le agitó la ropa y Ernest sintió el aire cálido y metálico del exterior un momento antes de que la puerta se cerrara, ignorando su último comentario. El coche volvió a ponerse en marcha y unos instantes más tarde la mercenaria había quedado atrás, entre la multitud y puso rumbo a sus oficinas en el centro de la ciudad.
 
   La Torre Gibbons se alzaba en el centro de otra maraña de rascacielos que competían entre sí en altura y luminosidad. El grupo de edificios brillaba con grandes letras de varios pisos de altura que dejaban patente al resto de la ciudad quiénes eran. En ese lugar los grupos de seguridad de las corporaciones eran algo habitual. Patrullaban las calles en vehículos de todo tipo, desde vulgares camionetas hasta vehículos blindados con equipo antidisturbios. Incluso de vez en cuando los helicópteros y vehículos de empuje vectorial planeaban entre las torres asegurándose de que el espacio aéreo seguía estando limpio. Su berlina de lujo entró en uno de los grandes aparcamientos subterráneos para ejecutivos y en seguida subió hasta su despacho, situado en la última planta donde no había otra cosa. Era su segunda residencia, mitad oficina mitad apartamento pero por ahora tenía una reunión pendiente. Pasó frente al despacho vacío de su secretaria y abrió las puertas de su despacho. Lo vio sentado en su sillón, con las piernas sobre la mesa y fumándose uno de sus cigarros. Cerró la puerta con fuerza y el hombre que lo esperaba se puso en pie. Era un asiático trajeado, delgado y bajito, del montón. Su complexión, su cara, sus gestos no le decía nada pero se movía con la seguridad de un felino que rondara su presa.
   'Disculpe la intromisión, señor Gibbons. Estaba guardándole su sitio.'
   '¿Qué broma es ésta, quién es usted y qué hace aquí?'
   'He venido para charlar, señor Gibbons'
   '¿Charlar de qué, exactamente?'
   'Negocios, señor Gibbons. Yo tengo un negocio entre manos y usted tiene otro. Mis negocios y los suyos, aunque no lo piense así, están muy relacionados.'
   '¿De qué negocios habla?', se giró a la puerta y comenzó a alzar la voz para llamar la atención de su secretaria, 'Segurid...'
   'No, señor Gibbons,' y sacó una pequeña pistola de su chaqueta, 'no querrá hablar con la seguridad del edificio en estos momentos.' Señaló con la pistola a Ernest Gibbons. 'Biotoxinas, estaría muerto antes de llegar al suelo... y eso sería malo para mis negocios.'
   '¿Y qué es lo que quiere?'
   'Hacerle llegar un mensaje y preguntarle algo. ¿Dónde está la chica?'
   '¿Qué chica?', dijo sin permitirse dejar que su voz entreviera la menor sombra de preocupación.
   'Se olvida rápido de sus familiares por lo que veo, señor Gibbons. Rachael Gibbons, su hija, quizá sí recuerde su intento de suicidio...'
   'Gracias, no recordaba exactamente a quién se refería', dijo con el mejor tono irónico que pudo encontrar, 'mi hija sigue en estado de coma desde lo sucedido, así que no se qué es lo que quiere.'
   'Yo nada señor Gibbons, pero hay gente interesada en saber cómo es que anoche su hija fue capaz no sólo de despertar, levantarse de la cama y reducir a tres hombres armados después de estar más de un año en estado vegetativo.'
   'No se de lo que me habla.'
   'Mis clientes reclaman un material que le ha sido robado. Una "pieza experimental" dijeron. Ya sabe, no está bien robar señor Gibbons; sobre todo si es a su propia empresa.'
   'No tengo la menor idea de lo que me habla y no entiendo quién es la persona que le envía pero le aseguro que puedo mejorar su oferta, yo...'
   'No está cooperando señor Gibbons, justo como predijeron mis clientes y me temo que me debo a mis clientes', con un sutil movimiento del dedo disparó la pistola, en un instante un dardo apareció clavado sobre el pecho de Ernest, que cayó al suelo.

La habitación pareció dar vueltas frente a Ernest Gibbons, que veía todo a su alrededor distorsionado, borroso. La sombra de su agresor se cernió sobre él, había algo brillante en su mano y en la otra aún empuñaba su pistola de dardos. La boca estaba pastosa y apenas podía pensar.
   'Lamento haberle mentido señor Gibbons, prometo que será la última vez...', dijo en tono condescendiente mientras se arrodillaba ante el cuerpo paralizado de Ernest, 'pero lo necesito vivo, aunque le aseguro que pronto estará muerto... pero antes, unas preguntas van a ser respondidas...'
   'Mi hija...'
   'Todo a su tiempo señor Gibbons, todo a su tiempo.'

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